De la habitación propia al jardín

Ser un cruce

Para sobrevivir en la Frontera
debes vivir sin fronteras
ser un cruce de caminos
.

No conozco nada mejor que este momento. El presente.
La vida como se presenta: confusa, exigente, arrebatada, efervescente, violenta, intensa, entre líneas; entre territorios; entre fronteras.
No conozco nada mejor que este momento.
El presente y sus complejidades.
El presente y yo en el medio.
El presente y las que amo.
El presente y las demás.


Permití por muchos años que mi presente fuera la invitación que encontré en la sentencia de la escritora Virginia Woolf: «una mujer debe tener dinero y una habitación propia». Mis veintes fueron eso, la búsqueda total de la independencia, la competencia conmigo misma por hacer todo lo que me daba la gana.
Fui feliz en esos bailes. No cambiaría un pedazo de historia.
Woolf en su legado, me llenó de aliento, me permitió soñar y acompañó mis primeras batallas.
Fui afortunada: un cupo en la universidad y de ahí a la biblioteca; a los libros y a las voces que, en ellos, fueron dando paso a nuevos saberes, preguntas, perspectivas y debates.
Mis curiosidades tuvieron compañía, siempre me sostuvo el abrazo de mentores, amigas y otras curiosas con las que me pude juntar para hablar, cuestionar, experimentar y crear.

Las búsquedas me llevaron a viajar y a finalmente migrar a Uganda, en el este de África, allí me armé una vida por más de cinco años. Fue allí donde me creé un cuarto propio, donde pude tener tiempo, energía, recursos y espacio para la creatividad, para el pensar, para prestar atención a lo que consideraba importante.

Pude crear un cuarto propio para pensar.
Pude crear un cuarto propio para experimentar.
Pude crear un cuarto propio para crear.
Pude crear un cuarto propio para ser la mujer con opinión y posibilidad de acción.

El privilegio de migrar por elección me dio la libertad de convertirme en observadora activa de un lugar del que no conocía nada y al que llegué por intuiciones que sólo tenían sentido en mi vientre.
Uganda me permitió conocer algo que a pesar de tener muy cerca cuando antes vivía en Medellín, yo desconocía: el buen vivir en comunidad.
La famosa frase “it takes a village” “eso requiere de la aldea entera” no dejaba de ser importante.

Siempre se mantuvo en el centro de la convivencia en la vida allá.
La premisa es sencilla: la convivencia en la diversidad es esencial; la autogobernanza sólo se da en el marco de lo que se pone en común.

Esas nuevas búsquedas me llevaron a nuevos libros y los nuevos libros a ideas que consideré importantes para el presente de entonces:
“Olvídate del -cuarto propio- escribe en la cocina, enciérrate en el baño. Escribe en el autobús o mientras haces fila en el Departamento de Beneficio Social o en el trabajo durante la comida, entre dormir y estar despierta. Yo escribo hasta sentada en el excusado.” Gloria Anzaldúa
Anzaldúa, de México, me propuso un cuarto propio pero compartido, lleno de ventanas, con corredores, asomaderas, algunas terrazas, entradas y salidas; un cuarto propio con jardín, con un terreno fértil y frondoso en el que bien cuidado, crece la vida.

El encuentro con esta propuesta, me trajo de vuelta a Medellín, la ciudad donde nací, de la que un día me fui.
No sabía muy bien cómo iba a volver a estar en una ciudad que ya me era ajena.
No quería olvidar el “it takes a village”, a dónde fuera. Yo ya sabía que iba convivir, que iba a cuidar y que iba a crear en conjunto. Que me iba a incomodar y que eso está bien.

Comprendí que la vida crece en el sentido de los pronombres, en el <nosotras>, y que el “yo” ficticio del que me cuesta tanto escapar y al que me meto cada tanto para salvaguardar mi existencia, no tiene por qué ser siempre el mecanismo de defensa que usa mi cuerpo para olvidarme de la piel de la que estoy hecha. Las amigas cambian también y volver a Colombia, principalmente para abrazarlas a ellas, ha sido edificante, pues me doy cuenta que muchas de las amistades ya no son lo que antes, y que está bien, que el amor se transforma y que a veces conjugarnos es también permitirse a travesar unas pequeñas separaciones que expresan la manifiestación más pura de la vida.
La vida o mejor dicho, el jardín,se poda, se limpia, se deja en autonomía y después se vuelve a él. Como con las personas que se ama.

Ahora están mis amistades como primera línea, pero también están todas las demás, que no serán amigas, pero que hacen parte de la vida en comunidad, de la vida en conjunto. Comprendí que la existencia no es sólo una cuestión que pasa en lo privado, donde alimentar lo íntimo se hace con miedo a lo público. Ya estaba claro para mí que además de compartir con la familia y las amigas hay un deseo de saberme parte de.

Mis búsquedas y curiosidades me llevaron a aterrizar en las calles primeras del barrio Buenos Aires. Sabía de su existencia, pero desconocía su esencia. Llegué hasta Platohedro, plataforma creativa de la ciudad en la que suceden procesos creativos guiados por la búsqueda del bienestar común para todxs, basada en la filosofía del Buen Vivir y el Buen Conocer. Y aquí voy, maniobrando entre estos vínculos sagrados, los que se mantienen, los que se transforman y los nuevos que me conectan con una humanidad más amplía y diversa de lo que puedo imaginar.

Son tiempos de seguir construyendo puentes, de seguir siendo un cruce.

Estas reflexiones vinieron acompañadas de la serie de collages hechos con papel reciclable, flores prensadas y papel artesanal, todo con mis manos: De la habitación propia al jardín.

Gracias amigas por existir.

Un comentario sobre “De la habitación propia al jardín

  1. Qué suerte haberte cruzado en mi vida en ese 2014, aunque fuera fugazmente, y volver a encontrarte para admirarte, quererte y, sobre todo, no dejarte ir. Porque tu amistad me hace bien, tenerte en mi vida me hace feliz, y todo lo que has logrado me llena de orgullo. Ver tu dedicación y el esfuerzo que has puesto para llegar hasta este presente le inspira. Gracias por todo lo que nos compartes, amiga. ¡Te adoro!

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