Crear y cuidar: una práctica encarnada de comunicación y arte

Mi práctica creativa ha sido siempre un viaje: uno que parte del cuerpo y se despliega en el mundo. Ahora, en el 2025, tengo 32 años, vivo en Bogotá – Colombia, y he tenido la posibilidad de moverme por diferentes geografías.

Me desempeño como comunicadora, gestora cultural, maestra y creadora. Soy una mujer que escucha, registra y transforma. En ese tránsito, he encontrado en el papel artesanal, el collage y los libros de artista no solo materiales, sino medios de pensamiento profundo.
En ellos convergen la experiencia que atraviesa mi cuerpo, mis preguntas y el mundo que habito. 

                                               Expocisión de poemas y collages Papel Blanco. Kampala – Uganda 2023

El papel hecho a mano es para mí una superficie de intimidad. Sus texturas y a veces translucidez me recuerda que todo tiene capas: nuestras historias, nuestras genealogías, nuestras emociones, nuestros contextos. Usar papel que he hecho con mis propias manos me conecta con una dimensión artesanal que desafía el ritmo acelerado de la producción cultural. 

Mi relación con el collage nace de la necesidad de unir fragmentos, de reunir imágenes y sentidos que han estado dispersos. El collage es técnica y metáfora. Tomar imágenes, textos, trazos y recomponerlos es, de algún modo, lo que hacemos muchas mujeres para armar nuestras propias historias con ritmo único y a veces alejadas de las dictaduras de las agendas productivas del mercado. 

Las epistemologías feministas han insistido en el valor de los saberes situados —como lo plantea Donna Haraway— y en la urgencia de construir relatos que surjan desde la experiencia encarnada. En mi trabajo, eso significa no ocultar las costuras, dejar visibles los bordes, aceptar que la belleza también está en lo incompleto. En el misterio y todo lo que se va descubriendo e integrando o no. 

Ser mujer es muchas veces habitar el margen. Por eso me interesa tanto la documentación de nuestras prácticas, la creación de archivos afectivos, sensibles, y profundamente comprometidos con lo cotidiano.

 

 

Trabajo con otras mujeres, dialogo con ellas, registro sus historias y luego las transformo en libros de artista. No libros convencionales, sino artefactos que se tocan, se abren como cajas de resonancia. Son libros o artefactos que contienen dibujos, tejidos, flores secas, letras bordadas. Son, como diría Gloria Anzaldúa, fragmentos de una conciencia mestiza, una escritura desde el cuerpo-territorio.
Mi paso por la comunicación desde la academia ha nutrido esta mirada. Aprendí a organizar ideas, a darle estructura a lo intangible, a traducir lo complejo en formas comprensibles.
En el arte encontré la libertad para salirme del formato, para proponer otras formas de significar. Así como una estrategia de comunicación requiere rigor, planificación y claridad, un libro de artista también exige diseño, ritmo y una narrativa que conecte con su lector desde lo sensorial. Esa es la potencia del cruce entre arte y comunicación: que ambas disciplinas se enriquecen cuando se miran desde el cuidado y la creatividad.

Como diría la artista y editora Johanna Drucker, el libro de artista y los diarios propios son  “objetos de pensamiento”. Mi obra, en ese sentido, no busca respuestas definitivas. Es más bien un laboratorio de preguntas: ¿cómo se documenta lo invisible?, ¿cómo se traduce el dolor o la ternura?,  ¿cómo celebro estar viva?, ¿cómo agradezco mis privilegios?, ¿con quién me comparto?, ¿cómo se narra el cuerpo cuando ha sido silenciado, fracturado, violado o ignorado; cuándo ha sido el escenario de los placeres más intimos?, ¿qué tipo de mujer quiero ser?, ¿de qué tamaño quiero mis tetas?.
Los libros de artista que elaboro, y los collages que los habitan, son intentos de respuesta. Son contenedores de memoria y agencia, testigos de procesos vitales que no pueden separarse del contexto político y social en el que vivimos.

Me inspiran profundamente artistas como Cecilia Vicuña, por su capacidad de trenzar poesía, memoria y activismo en una sola línea de hilo; o la artista Beatriz González, por su mirada aguda sobre lo cotidiano y lo popular, sólo por mencionar algunas. Ellas me recuerdan que no estamos solas, que hay una red invisible que nos sostiene.
Esa red también está hecha de materiales. El papel artesanal me habla de lo etéreo, de lo que se filtra. Me invita a pensar en la transparencia y en la contundencia de las fibras como una forma de ética. El collage me enfrenta a la ruptura, pero también a la posibilidad de recomposición. Y el libro de artista, finalmente, me ofrece un lugar íntimo para ensamblar todas esas voces; en él se reúnen mis diarios, mis cartas, mis conversaciones, mis dibujos, mis aprendizajes. Son libros que se leen con las manos.

Libro de artista creado en residencia artistica en Mompox, febrero - marzo 2024

Crear es para mí una forma de cuidar. Y cuidar es político. Lo aprendí viendo cómo las mujeres en Uganda hacían comunidad en medio de la adversidad; lo confirmo cada vez que me siento con otras artistas a compartir nuestras incertidumbres. Por eso Asante Sana —mi proyecto de comunicación y arte— no es solo una marca. Es una apuesta ética y estética por formas más humanas de estar en el mundo. Desde allí, convoco a otras a mirar de nuevo, a escuchar con atención, a imaginar futuros posibles. A honrar el pasado también. 
Hoy, como mujer creadora y comunicadora que ha vivido entre lenguas, acentos y paisajes diversos, sigo creyendo en el poder del arte como lenguaje común. En un mundo saturado de imágenes, palabras y algoritmos, el papel hecho a mano, el collage artesanal y los libros como pequeños santuarios de memoria son para mi espacios seguros para documentar la vida y poder decir con firmeza: yo soy y así, tú eres. 

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